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La literatura de la literatura

Dentro de los géneros de no ficción, los diarios, memorias, dietarios y todas sus variantes representan un tipo de literatura que, si bien no tiene como destino un público masivo – al menos a priori – suponen una de las formas más interesantes del medio, y consiguen como ningún otro abrir puertas (y mentes) que permiten de uno u otro modo entender al autor, a su obra y al contexto en el que estas se escribieron.

Y aunque esto es indudable, soy un firme defensor del género por el género, o lo que es lo mismo, de la importancia de la obra en su individualidad, sin necesidad de que esta explique otras ni sea el complemento de estas. Me voy a tratar de explicar con los dos libros recientemente leídos y que he disfrutado como pocos este año.

Podría pensarse que tanto los diarios de Chirbes como el nuevo libro de Vivian Gornick podrían estar dirigidos a un público incondicional del autor (en el primer caso) o a un lector de los libros analizados por la autora (en el segundo caso). Es innegable que puede ser así, porque tanto para los incondicionales de uno como de otro estos libros son un regalo e invitan a entender mejor el resto de sus obras, a llenar huecos vacíos entre ellas. Pero si me preguntaras qué libro de Chirbes deberías leer primero, dudaría entre dos o tres novelas suyas (Crematorio, En la orilla, La buena letra), pero no dudaría en decirte que podrías empezar perfectamente con sus diarios.

La literatura sobre literatura es a veces la mejor literatura. Aquí están nuestros libros de la semana, que puede que sean dos de los mejores libros del año.

Diarios. A ratos perdidos (1 y 2), Rafael Chirbes



Rafael Chirbes falleció en 2015 como uno de los autores españoles (y europeos) más importantes de los últimos treinta años. Varios de sus libros son ya clásicos y se han convertido en lectura obligatoria de cualquiera que quiera entender qué ha sido de la literatura en lo que llevamos de siglo. La publicación autorizada de sus diarios (esta es la primera de tres entregas) supone un regalo para los que quedamos huérfanos tras su prematura pérdida, y son un monumento que ha superado de forma sobrada cualquier expectativa por alta que esta pudiera ser. Ese al menos ha sido mi caso.

En estos primeros diarios conocemos al escritor antes de ser escritor, o cuando él era consciente de serlo aún sin publicar un solo libro. Esta primera parte es la más personal, la más descarnada, la de mayor exposición personal. Solo como muestra: durante las primeras páginas todo lo que el autor es capaz de expresar es el doble dolor que experimenta durante el tiempo que escribe. Por un lado, el dolor de una ruptura sentimental de la que solo nos conocemos sus devastadoras consecuencias para el autor. Desolación y vacío. Por otro lado, la tortura física de una fisura anal que le atormenta. Ambos dolores, juntos, son el comienzo.

2 de mayo, 1984

Silencio en casa. De noche, muy tarde. Estoy en el centro de Madrid y no se oye nada: solo el         zumbido en los oídos cuando levanto la pluma y dejo de escribir: como en el fondo de un pozo. Leo penúltimos castigos, la autobiografía de Barral. Me encuentro relajado, tranquilo, como hacía un año que no lo estaba, a pesar de que, desde hace días, se mete por medio un dolor físico que me distrae del otro, del de la separación.

A medida que los diarios avanzan descubrimos, antes que al escritor, a un lector empedernido (intensa relación con la literatura europea), sus primeros pasos con Bértolo – después con Herralde – , la importancia de Carmen Martín Gaite reconociendo al gran escritor que se avecinaba, y poco a poco la exposición personal tan intensa inicialmente va dejando paso a su detallada – y detenida – contemplación de la realidad, de las vivencias, de las lecturas, de sus viajes de promoción literaria (el viaje a Alemania es un tesoro), su relación sentimental marcada por la distancia (él en España, su pareja en París) y por la toxicidad (la relación está marcada por los celos, la desconfianza, el exceso impuesto por las intermitencias de esa distancia).

Y, dominándolo todo, la angustia del escritor al terminar un libro, el vacío que deja este, su obsesión – y a la vez el convencimiento – de que la gran novela (la suya) existe dentro de él y va a llegar. Y vaya si llegó.

Dejo para el final lo que considero de un valor que aún no soy capaz de cuantificar. Se trata de todas sus críticas sobre lo leído, sus opiniones sobre autores de todo tipo, consagrados (Carver, Auster, García Márquez, Vargas Llosa), autores que comienzan (Gopegui, Marta Sanz, alguno sin nombre (¿Isaac Rosa?), Zweig, Muñoz Molina. Todas sinceras, sin censura, absolutamente despiadadas en algunos casos, y nunca sensacionalistas. Las barbaridades que dice de Arturo Pérez-Reverte han ocupado la mayoría de los titulares en prensa sobre estos diarios. Creedme, no tienen ninguna relevancia, no representan nada de lo que es este libro.

Si no he conseguido transmitir el entusiasmo con el que he leído estos diarios es por no haber sido capaz de estar a la altura de semejante monumento a la literatura. Por si acaso os dejo el final, uno de los textos más conmovedores que he leído nunca sobre la relación del escritor y su obra. Enhorabuena, Rafael, estés donde estés.

Muchas veces pienso que, con mi frágil salud y la apocalíptica corte de excesos que la rodea y la ha rodeado, si no escribo ahora la novela, más adelante ya no podré hacerlo. Cada día me falla más la memoria, la capacidad para ordenar los materiales, la voluntad. Me digo que no puedo entretenerme más, aplazar de nuevo la novela, cubrir el hueco con otro libro a la espera de que llegue la madurez, es una historia que ya me conozco. Luego me digo: pero qué coño es la novela, qué mierda de concepto es ese, y también le doy vueltas a que, si lo que quisiera de verdad en esta vida fuese escribir una gran novela, le dedicaría otro afán, y, sobre todo, más preocupación efectiva; es decir, tiempo ante el ordenador. Pero si la mitad de las noches vuelvo a casa harto de gin-tonics, y mi única preocupación es poder levantarme a la mañana siguiente sin que me agobien demasiado los vértigos que arrastro y tanto me condicionan. La idea de una futurible escritura me parece cada día más una excusa para fingir que todo este desorden en que se ha convertido mi vida tiene un sentido, una brújula que lo guía y le da sentido, y que me empeño en algo que lleva a algún sitio. La literatura, como criada que te ordena la casa.

Cuentas pendientes, Vivian Gornick



En esta casa somos muy de Gornick, aunque más la otra parte lectora que yo. Las experiencias vitales de la autora neoyorkina de sus tres libros anteriores (Apegos Feroces, La mujer singular y la ciudad, Mirarse de frente) ocupan un lugar privilegiado de la estantería y han sido de los libros más prestados y regalados que han salido de este hogar.

En esta ocasión he sido yo el primero en leer Cuentas pendientes, me interesaba mucho esta nueva entrega donde Vivian Gornick se reencontraba con lecturas de su juventud, rememorando sus relecturas años después, y compartiendo sus reflexiones, sus nuevas interpretaciones, la revalorización de unos libros que significaron cosas distintas en su momento y ahora. Qué interesante reflexión, el hecho de la importancia que en la lectura tiene el lector, su momento vital, sus experiencias anteriores, sus prejuicios, y también sus expectativas. Parece muy obvio pero Gornick lo desarrolla de una forma clara y reveladora: ella no es la misma persona que treinta años atrás, y su bagaje hace que las obras leídas entonces y ahora son ahora también otras obras. La literatura como ser vivo que evoluciona como nosotros.

Y así, la autora nos lleva por los caminos literarios de D.H. Lawrence, Marguerite Duras, Saul Bellow, Natalia Ginzburg o Doris Lessing.

De entre todas las ideas que subyacen del texto, la más poderosa es el papel que la mujer ha tenido en la literatura. El de las escritoras, pero sobre todo el de los personajes de las novelas, cuya construcción, motivaciones y presencia en general en las obras estaban sometidas al más absoluto desprecio o, en el mejor de los casos, a la resignación de un papel dependiente de una idea principal, o de un punto de vista eminentemente masculino.

Podéis hacer vosotros mismos la prueba: Leed cualquiera de las obras que aborda Gornick, o elegid la vuestra, la de aquel libro que os marcó y que representa el gran clásico que cambió vuestra relación con la literatura. Y sometedlo a una nueva lectura. Descubrid sus fisuras, lo que recordabais que no es así (o que ahora no veis así). Descubriréis cuantos de estos cambios cuentan también cosas de vosotros, de quiénes sois ahora, de lo que habéis dejado en el camino, de cuánta ingenuidad depositasteis en esas primeras lecturas, o de cuanta contaminación personal hay en estas (y en aquellas).

Solo puedo terminar poniendo en valor a Sexto Piso, convertida ya (siempre estuvo ahí) en la gran editorial independiente de este país (lo que significa lo mismo que ser la más grande, sin apellido), con un catálogo espectacular que demuestra que con talento, trabajo e intenciones uno puede llegar a ser el mejor en lo que se proponga.

 

Feliz semana, y felices lecturas. 

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