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Letargo, Jokin Muñoz (Pamiela)


Con Letargo damos por concluido, por el momento, nuestro recorrido por la literatura sobre el conflicto vasco. Después de un interesante y enriquecedor peregrinaje por muchas de las novelas y los puntos de vista sobre el tema (El eco de losdisparos, Mejor la ausencia, He visto ballenas, El refugio de los canallas o la propia Patria) nos hemos hecho con Letargo, una recopilación de relatos del escritor navarro Jokin Muñoz, publicado originalmente en Euskera y traducidos posteriormente en esta recopilación. De nuevo El eco de los disparos nos ha servido para descubrir esta obra desconocida, sin duda una de las más periféricas, heterodoxas y no convencionales de cuantas hemos leído en este interesante proyecto.




Los cinco relatos de los que se compone Letargo son relatos sobre violencia, sobre la aceptación de esta como parte cotidiana de la vida de los protagonistas de los mismos. Lo innovador con respecto a lo ya leído es que la violencia se aleja de los focos polarizados y conocidos y pasa a ser un modo de lenguaje más sea quién sea quien la ejerza. Es, bajo mi punto de vista, una forma de entender una sociedad que no se entendía sin esta violencia. Hablamos del lenguaje, de los gestos, de las miradas y los silencios. Y de las armas, por supuesto. Pero las armas a veces no apuntan al que uno espera, ni el gatillo lo acciona el que creíamos que iba a hacerlo. Es la perturbación permanente de una sociedad que solo supo manifestar sus frustraciones y sus miedos a través de la violencia.




A excepción de El Mecano, magistral relato ajeno a la violencia (y al conflicto vasco) y más cercano al dolor de la memoria y del hijo enfermo, el resto de relatos son una radiografía cruda de una sociedad enferma. Un ejemplo excelente es Silencios, del que ya habló Edurne Portela en su libro y que muestra de una manera inquietante todo aquello de lo que no se era capaz de hablar en familias donde el conflicto estaba representado de forma directa (en este caso, un hijo terrorista). Los silencios, la eterna espera de la llamada  con malas noticias, el miedo a expresar los sentimientos encontrados son parte de un paisaje familiar gris e irrespirable.




En los demás relatos Jokin nos sigue mostrando otras caras del prisma de la violencia: el atractivo de la misma, donde el asesino adquiere la condición de héroe o villano según el relato contado, la ausencia de sentimientos ante situaciones cercanas a la muerte (cuando el protagonista es el verdugo) o la capacidad de los personajes absorbidos por la violencia de asumir con naturalidad su fatal e inevitable destino.
Recomiendo Letargo como catarsis y reflexión alternativa a través de lo implícito y lo ambiguo. Es una de las virtudes poderosas de la literatura, su capacidad para explorar territorios a los que la realidad, con nuestros prejuicios y nuestras (aparentemente) firmes convicciones, no nos deja asomarnos.

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