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Paseando con un libro

Desde hace meses llevo siempre un libro en la mano cuando salgo de casa. Esto me permite leer en la cola del supermercado, en un banco mientras espero a mis hijos, andando si estoy en territorio seguro (si lees, no conduzcas), incluso – a pesar de las miradas asesinas de mi mujer – en una reunión de amigos, que algunas son largas y hay tiempo para todo. Por eso, cuando me dicen que no hay tiempo para leer, el mejor argumento que se me ocurre es que si la disponibilidad de tiempo para leer es directamente proporcional a la cantidad de tiempo que pierdes (que perdemos) mirando al móvil sin hacer nada en concreto, como esperando que suceda algo que nunca sucede. Cambia el móvil por un libro y verás cómo las cosas te empiezan a ir un poco mejor. Estos son los libros que he paseado durante los últimos días:



Independencia, Javier Cercas

Siempre he pensado que la literatura de Javier Cercas representa la convivencia perfecta entre la literatura de calidad con la mejor literatura de entretenimiento, como si, por otra parte, ambos caminos tuvieran que estar separados. Y he de reconocer que he tardado en aceptar esta nueva etapa literaria de Cercas, iniciada con Terra Alta y que continúa con Independencia. Literatura de género, la del detective Melchor Marín en un turbio caso de chantaje y corrupción política. Pero más que un libro de política, que no lo es, Independencia es el retrato de una sociedad – Cataluña – y de un tiempo, convulso e imprevisible, ficticio y futuro pero no por ello distinto al que vivimos en estos momentos. Parece que Cercas ha visto en su detective Melchor Marín al personaje perfecto con el que contarnos la realidad que nos toca vivir, algo así como el Mario Conde de Leonardo Padura. Ojalá las novelas de Marín se acaben pareciendo a las del detective cubano, porque la literatura patria habría encontrado un tesoro. Mientras tanto leed y disfrutad Independencia, que se deja devorar como las novelas más accesibles del género.



Como si existiese el perdón, Mariana Travacio. Un hombre aparece un día en una casa buscando a una mujer. Esa mujer no está, o no existe. Al menos, eso le dicen. Se desencadena una pelea, el hombre muere y es ocultado. Días después vienen a preguntar por él. Y todo huele a tragedia, pero a tragedia contenida. Un viaje, una huida, venganza. También, aunque desencantada, esperanza. Mariana Travacio nos golpea con esta novelita que es un western crepuscular y distópico, que me ha traído recuerdos de La Carretera, esa obra maestra de Cormac McCarthy. Capítulos breves como cuchillos y una novelita que me ha recordado a las que llevaba mi abuelo siempre en el bolsillo, y yo imaginaba el placer que le producía leer esas historias que yo no podía leer pero podía adivinar. Ahora sé qué le producía tanto placer: historias como esta.





Una casa lejos de casa, Clara Obligado

Marta Sanz escribió hace unas semanas sobre este libro en El País, y para mi lo que dice Marta Sanz lo cumplo como lo que me receta mi médico. Una casa lejos de casa es una maravilla de ensayo concentrado (qué bonita edición, de las de bolsillo de verdad, muy bien por Contrabando) que nos habla de las formas en las que el idioma nos define y nos proporciona identidad y consciencia de hogar. Y Clara Obligado lo hace desde su condición de exiliada argentina en España, o como ciudadana ya española que en su momento se encontró con las diferentes identidades de un idioma a priori común. Me gusta mucho como cuenta, por ejemplo, que tardó mucho tiempo en entender el verdadero significado en España de la palabra “bastante”, que en Argentina tiene el matiz de “poco” en lugar del “más que suficiente” que tiene aquí. Me gusta esta forma de plantear un ensayo sin el rigor académico que a veces tiene el género, mezclándolo con una suerte de memorias vitales de la autora. He disfrutado mucho este libro, no sé si se nota.

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