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Libros como banderas en los balcones

Si por algo leer es fascinante es porque hay pocos objetos que consigan darnos tanto a cambio de una sola cosa: nuestro tiempo y nuestra atención. No voy a repetir lo que tantas veces he escrito, la capacidad que tiene un libro de enriquecer nuestros puntos de vista, nuestra forma de ver y de entender lo que nos era inaccesible, de conocer sitios, episodios, personas. De conocernos a nosotros mismos.

Si traigo a estas páginas este asunto de nuevo es porque hay veces que aparece El Libro. El que justifica todos los leídos anteriormente, el que nos devuelve a nosotros mismos como si fuera un espejo, el que nos empuja - si pudiéramos y nos atreviésemos - a sacarlo en forma de bandera para que el vecindario entero supiera que estamos celebrando algo. Esas sí son mis banderas, esa sí es mi patria, ese es el escudo que beso y el himno que canto, el de los libros que merecen una vida entera. Y hoy, entre tres grandes libros, os traigo uno de esos.



Canadá, Richard Ford. Ya no sé qué más puedo decir de la obra de Richard Ford. Su trilogía americana son lo más impactante que se ha escrito en los últimos treinta años. Y ahora Canadá, una rotunda obra maestra, un libro que saldría a celebrar a la fuente del centro de mi pueblo, entre seguidores del Atlético de Madrid. - ¿Pero a ti te gusta el fútbol? - No, no, si yo estoy aquí por Richard Ford, acabo de terminar Canadá y he venido a saltar con vosotros.

Canadá es la historia de Dell. Con solo quince años, sus padres ingresan en prisión. Y él y su hermana comienzan una nueva vida. Y en ese punto de inflexión viajamos hacia atrás y hacia adelante para entender algo. Porque estamos en Norteamérica, en el norte de Norteamérica, cerca de la frontera de Canadá, en otra vertiente del sueño americano que Richard Ford parece empeñado en restregarnos a la cara, para que nos demos cuenta que ni sueño ni nada.

Son muchos los hallazgos que uno puede encontrar en este libro: la necesidad de entendernos a nosotros mismos y las decisiones de los demás (ay, nuestros padres, cuántas veces hemos decidido no hacer un esfuerzo por entendernos), la reflexión sobre el pasado (qué es y hasta qué punto es importante), el concepto de patria (tan importante en USA), pero sobre todo de la frontera (la más conocida del sur, pero en este libro exploramos la del norte, la vecina Canadá, y todo lo que significa para los americanos un lugar aparentemente tan parecido pero tan abismalmente diferente). Pero Canadá es sobre todo el libro que mejor ha sabido explicar con palabras qué es esto de vivir y qué poco sentido tiene buscar un propósito a nuestro paso por aquí. Creo que no he leído algo tan hermoso sobre la trascendental necesidad de entender que lo importante es el presente.

Os dejo el fragmento final, el que corearía en mi celebración literaria junto con mis compañeros colchoneros:

Mi madre me dijo que tendría miles de mañanas para despertar y pensar en todo esto cuando ya no hubiera nadie para decirme cómo sentirme. He tenido ya varios miles. Lo que sé es que tendrás una oportunidad mejor en la vida —de sobrevivirla—si toleras bien la pérdida; si te las arreglas para no ser un cínico en todo aquello que ella implica; si te supeditas, como sugirió Ruskin, al mantenimiento de las proporciones, a enlazar las cosas desiguales en un todo capaz de preservar lo bueno, aun cuando haya que admitir que lo bueno no es a menudo fácil de encontrar. Lo intentamos, como mi hermana dijo. Lo intentamos. Todos nosotros. Lo intentamos.



Revancha, Kiko Amat. Venía de leer el hijo del chófer, del otro Amat (Jordi) pensando erróneamente en algún tipo de continuidad lectora, como si el apellido fuera un aval para ello. Nada más lejos de la realidad. Revancha es novela negra, macarra y salvaje, violenta y callejera.
Si El hijo del Chófer era El padrino, Revancha es Reservoir Dogs. El lado de oscuro de una ciudad, la Barcelona que no vas a reconocer si la visitas un fin de semana. O al menos eso espero. Mamá, no leas este libro. Al resto, leedlo, pero agarráos fuerte y contraed el estómago, que Anagrama a veces también se sale del guión.


Los lugares y el polvo, Roberto Peregalli. Otro libro para pasearlo, para llevarlo en el bolsillo (cómo huelen a clásico los libros de Elba), que nos ayuda a contemplar lo que nos rodea. Los lugares y el polvo, nos cuenta cómo la memoria se deposita sobre los objetos cotidianos de nuestros paisajes y cómo solo hay que detenerse y observar para escuchar las historias que encierran puertas, ventanas, fachadas y patios que han visto pasar décadas, siglos del ser humano.
Literatura y fotografía en un librito que es una joya y que me ha acompañado en paseos y en tardes silenciosas. Como dice el autor en el prólogo, “son las pobres cosas que dan testimonio de un mundo perdido, cuyas huellas apenas visibles constituyen el tejido de nuestra vida”. Sobra añadir cualquier otra cosa.

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