Hace unos días una ministra (ya ex ministra, por cierto) felicitaba
en Twitter a los actores de una obra de teatro (maravillosa, por cierto, doy
fe). La sensibilidad por la cultura es un bien muy preciado en la vida, y
también en los tentaderos de la política. El problema era que se trataba de un
monólogo, así se lo hacía ver en conversación pública Sergio Peris Mencheta, el
director de la obra. Pues bien, el hecho se explicó más o menos y la metedura
de pata fue en cierto modo resuelta (el error, al parecer, fue de su Community Manager, y pronto fue
corregido).
Tiendo mucho a
la metedura de pata. Por decirlo de alguna manera, milito de forma permanente
en situaciones ridículas, generalmente provocadas por un error mío. Y suelo
pensar siempre en la parte positiva de lo que me está sucediendo. Pues bien, lo
positivo es casi siempre el hecho de que voy a poder contarlo. De nuevo, ahí
está, el relato.
Todo es el
relato: hacer una locura por amor, saltarte la ley de forma incomprensible, apuntarte
a clases de alfarería y hacer platillos con tus propias manos... hay cosas que
solo tienen sentido si tras ellas hay un buen relato (bueno, la alfarería,
creedme, puede que no haya relato que lo justifique).
En la vida lo importante no es tanto lo que te pasa sino
cómo seas capaz de asimilarlo, de recordarlo, o de contarlo. El relato, en
definitiva. Las vacaciones que pasaste hace treinta años siendo solo un niño
son la foto que conservas de la playa cogido de la mano de tu padre; una
experiencia se puede resumir en un olor; una canción te puede llevar a tocar el
cielo de algo que sentiste el algún lugar, con una persona, en un momento
concreto de tu vida.
Eso es el relato, darle sentido a lo que nos pasa, simbolizarlo,
que nos ayude a entender, que nos permita ponerle banda sonora a todo esto que
llamamos vivir. Como gran admirador del relato como herramienta de
supervivencia, os traigo una estupenda muestra de escritores de su propio
relato, lecturas perfectas para un verano, este, en el que sin relato nos
quedaríamos en casa esperando a que caiga el chaparrón. Larga vida a los
inventores de relatos, porque ellos también salvan vidas.
Los domingos,
Guillem Martínez
Me parece un enorme acierto que Anagrama publique esta
compilación de artículos del periodista Guillem Martínez en su colección
Narrativas Hispánicas. Otra clasificación era posible (incluso otra editorial),
porque estamos hablando de piezas periodísticas, con cronología y con contexto,
no ficción que como tal no siempre tiene un encaje fácil en un sello
“literario”. Pues el hecho de hacerlo es un mensaje que resume todo el libro. Las
columnas de Guillem Martínez son literatura, y el hecho de ser publicadas en un
periódico (cada domingo en ctxt.es) no resta valor literario a las mismas.
Guillem apunta a las cosas importantes de la vida, las suyas que también son nuestras. La vida misma son los recuerdos, tu infancia, tu madre, los viajes que haces, o alguien que te cruzas por la calle y no sale de tu cabeza en varios días. A través de esa mirada, el autor nos permite ver la realidad, y todo con ese prisma adquiere la relatividad precisa (y correcta) que la frenética actualidad no sabe a veces reposar lo necesario. Una perfecta y necesaria lectura estival, donde los ritmos nos permiten ver (y leer) con más sosiego.
Un día cualquiera en Nueva York, Fran Lebowitz
Me parece increíble no haber conocido a Lebowitz hasta hace
unos meses, cuando se estrenó en Netflix el documental de Martin Scorsesse Supongamos que Nueva York es una ciudad,
donde el director conversa con la escritora sobre diferentes aspectos de la
vida en la ciudad de los rascacielos, y en cierto modo reflexiona sobre la
propia vida, sobre la cultura, transporte, gestión presupuestaria… y todo con
la mirada única y singular de una neoyorkina con muy mala leche y muy, muy
divertida. Pues si habéis visto el documental, el libro es lo mismo, mejorado y
ampliado. Se trata de una visión de la vida sarcástica y ácida en la que, por
ejemplo, hace un análisis comparativo entre “un comunista y un neoyorkino”, o
nos da las claves para detectar si nuestro hijo va a ser escritor.
Otra gran lectura para tiempos de lecturas en toalla, esa especialidad tan apreciada entre los no playeros como yo.
El corazón del
ángel. Vida, obra y confesiones de Ángel Subiela, Miguel Ángel García Argüez
A ver cómo cuento esto. Yo, que no puedo sentirme más
alejado de la cultura del carnaval, me he leído en una semana las memorias de
Ángel Subiela, una de las leyendas del Carnaval de Cádiz, uno de los directores
de comparsas más importantes de la historia del carnaval. Dos son las razones
que me han llevado a esta (y ya desvelo mi valoración) apasionante historia. La
primera es que viene recomendada por mi querido Pablo, más que un cuñado, más
que un amigo. Él sí está muy vinculado a Cádiz y a su fiesta mayor. La segunda
tiene que ver con mi interés por conocer universos ajenos, pasiones no
comprendidas, modos de pasar por la vida en principio distantes para mí. El
libro lo escribe Miguel Ángel García Argüez, una de las almas culturales de
Cádiz y uno de los grandes compositores actuales del carnaval, y lo hace a
través de conversaciones con Subiela y con su entorno, con el hilo conductor de
su narración y de, supongo, aunque lo disimula estupendamente en su calidad de
narrador, sus opiniones y experiencias.
Y he de decir que el libro me ha fascinado, pero no solo
eso, sino que ha conseguido atraparme y hacerme entender la magnitud de lo que
ocurre alrededor del carnaval, donde los mejores compositores son considerados
leyendas vivas y donde directores de comparsas y miembros de las mismas viven con
una pasión grandiosa cualquier cosa que pase con las fiestas: el concurso en el
Teatro Falla, las disputas entre autores, las rivalidades que provocan divisiones
en comparsas históricas, los grandes triunfos…
Y claro, el acercamiento ha
supuesto también, además de conocimientos sobre los grandes personajes en torno
al carnaval, la experiencia musical de escuchar lo que leía. Internet es un
milagro que ha conseguido que podamos acceder a rincones ni siquiera imaginados
hace dos décadas. Y ahí estaba yo, escuchando comparsas maravillosas mientras
avanzaba en las historias de Juan Carlos Aragón, Juan Carlos Martínez Ares, o del propio Argüez.
Os recomiendo acercaros de vez en cuando a un territorio que no sea el vuestro. Puede ser un libro, pero también un tipo de música, una comida, una forma de vivir que no sea la vuestra, o qué demonios, una forma diferente de amar. Os aseguro que de la experiencia, sea la que sea, saldréis mejorados, y siempre, siempre, os quedará un buen relato que contar.
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