En esta entrada de transición entre el pasado reciente y el futuro esperanzador, con el brazo recién vacunado y el verano entero para nosotros, quería acordarme de algunas lecturas que me acompañaron durante esos meses, después del confinamiento (en el que apenas pude leer, tal era el bloqueo), y que me sirvieron para reconciliarme con los libros, esos que nunca me abandonaron porque fui yo el que lo hice. Esta es la segunda parte (y última) de seis libros que fueron el inicio de algo, o el reencuentro de un lugar – el de las lecturas – en el que se está muy calentito y del que nunca deberíamos haber salido.
La ciudad que el diablo se llevó, David Toscana.
Candaya se ha convertido por méritos propios en uno de los sellos referentes para entender el estado de salud de la literatura iberoamericana. La Varsovia que queda después de la segunda guerra mundial es el escenario de esta magnífica novela. Coral y episódica, dura y mordaz, el libro de Toscana nos abre nuevos caminos hacia una literatura que va mucho más allá de lo local, y es por tanto imposible de perimetrar. Me he quedado con más ganas de seguir leyendo la obra del autor. Cuatro protagonistas sobre los que sobrevuela la ciudad de Varsovia como verdadera protagonista, fantasmales los cinco en una historia sobre vivos y muertos que ocupa el espacio que ya ocupaban para nosotros Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, Fernanda Trías o Valeria Luiselli. Porque, como dijo Elvira Navarro hace unas semanas, no hay literatura femenina, simplemente literatura, por lo que con más motivo unimos a David Toscana a este selecto grupo de presente y de futuro.
Mis padres, Hervé
Guibert.
Cabaret Voltaire tiene el sello de lo singular, de los libros que sabes que son diferentes a los demás y te van a dar algo que ningún otro te va a dar. Mis padres es una novela que no es una novela, sino un catálogo de exposición personal del propio autor, mezclando lo que fue con lo que pudo ser o lo que solo fue imaginado en la mente del escritor. Guibert, homosexual, enfermo de sida y con un componente atormentado que se adivina a lo largo de todo el libro, me ha recordado mucho a Edouárd Levé, también francés y al que también le persiguió un final trágico. Novelas para no salir indemnes y para replantearse para qué demonios sirve la literatura si no es para espantar (o invocar) demonios.
Vindictas, VVAA.
Páginas de Espuma es nuestra editorial referente en el género del relato. Si quieres medir la temperatura del género chico en español (no solo en español, pero sobre todo en español), tienes que buscar en su catálogo. Y dentro de él nos hemos topado con esta joya, una compilación de autoras del siglo XX, tanto españolas como latinoamericanas. Qué bonita forma de reivindicar a las autoras en una época donde su invisibilidad era manifiesta y ahora que vivimos unos años dulces en lo que a literatura escrita por mujeres se refiere. Los relatos de esta antología son magníficos, y sirven como confirmación (como si hiciera falta) que el realismo mágico y el tono inconfundiblemente mestizo de la literatura americana no son atributos exclusivos de escritores hombres, sino que lo encuentro de forma más natural y frecuente en mujeres. Solo hay que buscarlo. Amando como amamos a nuestra querida América Latina este libro se nos ha colado entre lo más bonito que nos pasó durante aquellas semanas del año.
Feliz verano.
Comentarios
Publicar un comentario