En contra de lo que dicen los eslóganes
de Mr. Wonderful, me fío mucho de mis primeras impresiones, tengo fe ciega en
ellas, son para mí un indicador muy válido.. He de decir que no me considero
prejuicioso, al menos en lo relativo a todo tipo de señales externas: me da igual
cómo lleves el pelo, no me dice nada tu indumentaria, me la sopla el tamaño de tu
barriga.
En cambio te escanearé con
precisión quirúrgica por tu amabilidad, la cantidad de gente que te quiere, tu
generosidad (o tu falta de ella), tu sentido del humor, los parámetros que
mueven tu vida. No admito errores ahí, no concibo malos días. Si tratas mal a
un desconocido sin motivo alguno sospecho que lo harás normalmente, y asumo
plenamente que puedo estar errando en el diagnóstico, pero es lo que hay, me
quedo con la representatividad de la muestra.
Y luego, como todos, o eso
supongo, tengo términos intermedios, esas luchas internas con gente (o cosas) a
las que quieres pero hay cosas en ellas que detestas y que a veces te llevan a
pensar si lo mejor no es pegar un puñetazo en la mesa. Todos tenemos algún amigo
miserable, que se escabulle como una culebra cuando hay que compartir gastos, al
que indirectamente le estáis pagando la hipoteca (algún día ocuparemos sus
casas y pisos, que en realidad son un poco nuestros). Pero claro, es que les quieres
y les perdonas, de ahí que al final compense.
Y como he venido aquí a hablar de
libros, y para (volver a) contradecirme a mi mismo, os dejo para este
incipiente agosto tres librazos que rechacé por dejarme llevar de mi primera
impresión, y que volví a ellos meses después por escuchar a la persona
adecuada, esa que está siempre ahí para recordarte que sí, que eres muy
listo, pero muchas veces te equivocas. Ojo con estos libros, que son de esos
que pueden protagonizar todo un verano:
No digas nada, Patrick Radden Keefe.
El verano es un tiempo estupendo para profundizar en
lecturas que exigen mayor tiempo y exigencia al lector, lecturas no por ello
menos apasionantes (más bien es justo al revés).
Como colofón al final de mis vacaciones, acabo de terminar
entusiasmado No digas nada, de Patrick Radden Keefe, un repaso a la historia
del conflicto en Irlanda del Norte, a la lucha armada por parte del IRA y al
viaje de esta (o de parte de esta) a la acción política con la fundación del
Sinn Féin.
El gran acierto de Patrick Radden es que a partir de un
hecho particular (el secuestro de una madre viuda de diez hijos en un barrio
católico de Belfast), construye el gran relato de Irlanda del Norte y su relación
con el Reino Unido. El autor arma la historia del conflicto (territorial,
político, terrorista, económico) norirlandés con la gran virtud de transitar de
forma simultánea dos estilos - ensayo y novela - sin fisuras narrativas. El
resultado es una obra maestra cuya lectura no puedo dejar de recomendar.
Como puntos finales me gustaría destacar lo siguiente:
Uno. el gran acierto de narrar con objetividad un conflicto
territorial que dejó 3.500 muertos y que fue durante décadas un referente sobre
los que otros construyeron su propia paz. También España tuvo su propio
conflicto, y su propio tránsito para el final del mismo. Sin pretender
establecer analogías forzadas, las diferencias entre ambos nos ayudan a ver
mejor (y quizás a entender) uno y otro.
Dos. La importancia de los líderes. Es imposible entender la
paz en el Ulster sin figuras como Gerry Adams o Dolours Price. Necesitamos
líderes para las grandes gestas, aún en el bando que no nos representa. Y hay
que entender que la solución a los conflictos territoriales vigentes (entre
ellos el nuestro) no será posible sin grandes líderes. A lo mejor todo es más
sencillo y hay que empezar por ahí. Por el principio, por buscar líderes a la
altura.
Hamnet, Maggie O´Farrell.
Pues ya está aquí, y mira que ha habido libros buenos este año. El libro por el que se recuerda un año, un lugar, la persona que te acompañaba, el atardecer de ese día apurando la última página. Hamnet, de Maggie O'Farrell. Enorme, hermoso, difícil de olvidar. Lo peor, que se va a terminar.
Cómo contar a Shakespeare sin contar lo
esperado, disfrutando cada paso, cada párrafo, cada rato de lectura. Contar
cualquier cosa (esto NO es cualquier cosa) para contar lo realmente importante,
lo que nos interesa de verdad: La Vida.
Los libros grandes, esos que se echan a un
lado para que recuerdes todo lo que te rodeaba mientras los leías, los que te
ayudan a explicarle a un extraterrestre qué es la Literatura y que lo entienda.
Y que le interese. Y que nos invada.
Como (casi), gracias a mi eterna recomendadora,
la que corrige mis menos acertadas primeras impresiones.
Hotel California. CANTAUTORES Y VAQUEROS COCAINÓMANOS EN LAUREL CANYON, 1967-1976, Barney Hoskyns.
Disfruto mucho los libros de
música, biografías, crónicas de una época, diarios de un disco, cualquier cosa
que me conecte con la música que hay detrás si la música que hay detrás me
gusta. Este me ha hecho viajar por la historia contemporánea del rock y el folk
rock (no sé si tal cosa existe, pero yo me entiendo) estadounidense en torno al
estado de California, sus grandes días, también su descenso, sus grandezas y
sus miserias. Ojo, que
la banda sonora con la que podemos acompañar a este libro tiene entre sus
protagonistas a Frank Zappa, The Doors, Neil Young o The Eagles. Para leer,
escuchar y disfrutar como si estuviéramos en una novela de Hunter S. Thompson.
Otro de esos libros que necesitó de la segunda oportunidad que me ha dado el
verano.
Un abrazo y estupendas lecturas con (si es posible) mar y olas de fondo.
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