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Mirar hacia los lados

Comienza septiembre y no voy a ser yo el que os recuerde que el año realmente empieza ahora, que es el momento de planificar, de revisar logros y de sacar punta a los lapiceros, de hacer un repaso vital profundo, etcétera etcétera. Somos especialistas en mirar hacia adelante (el futuro, las expectativas, los planes, que no dejan de ser una versión evolucionada de la procrastinación) y hacia atrás (la mirada sosegada, aprender de los errores, las cosas que hemos cumplido, que no dejan de ser una versión evolucionada del lamento por lo que no se puede cambiar). Adelante y atrás, adelante y atrás.

Sin pretender negar (ni renegar) de lo anterior, quiero poner en valor que a menudo se nos olvida que lo importante, lo único real de verdad es lo que está sucediendo ahora. Ahora, cuando estoy escribiendo, ahora, cuando estoy escuchando una música de fondo, ahora, cuando en el silencio de la noche tengo otro brazo rozando el mío.

Miremos hacia los lados, expandamos nuestra mirada, aprendamos que aquí y ahora es lo único verdaderamente tangible, lo que incorporaremos a nosotros y hará sentirnos más cerca del suelo que pisamos. Asómate a la terraza y contempla lentamente un atardecer; sal a correr solo y sin cronómetro; detente con el mendigo de la puerta del supermercado y habla con él, interésate de verdad por él, por quién es; lee muy despacio, especialmente si no quieres que se acabe el libro que estás leyendo; abandona el libro que estás deseando que termine (termínalo tú, que no termine él por ti); baila con ella – o con él – en la cocina; dile que la quieres (o que le quieres), díselo ahora, díselo todos los días; cuida a los que te importan, respétales, dales cariño físico y no físico, que las palabras también sirven para acariciar; pide perdón, nunca es tarde, pero cuanto antes mejor. Y lo más importante, huye de los pelmazos, pero sobre todo asegúrate de que el pelmazo no eres tú.

Esta semana os traigo dos libros que me han alegrado el mes de agosto y tenían que estar justo en esta entrada.

Bocalinda, Jesús Villegas

Cada vez tengo más claro que dentro del olfato literario que uno va desarrollando con el tiempo, aún me queda (afortunadamente) una capacidad incuantificable para la sorpresa. Y en este verano prolífico en cuanto a buenas lecturas y un septiembre prometedor en cuanto a novedades muy esperadas, se ha colado Bocalinda, de Jesús Villegas, una novela negra en torno al asesinato de un antiguo activista antifranquista, que abre las puertas a un pasado reciente donde están probablemente algunas de las respuestas a las preguntas sobre su muerte. Se trata de una novela coral cuyo eje (en torno a lo que todo gira) está Carmen, antigua pareja de Bocalinda, que desde el descubrimiento del crimen en el periódico, se convierte en una accidental investigadora de lo ocurrido. Ambos son protagonistas rotundos de la novela (él muerto, ella viva), pero hay otros personajes, excelentes secundarios (me quito el sombrero en el desarrollo de los personajes) que dan forma definitiva a una historia de suspense que funciona muy bien desde el principio y que cierra como solo pueden cerrar los buenos contadores de historias.

He de confesar que Bocalinda me ha sorprendido mucho, ya que uno está acostumbrado a adivinar el perfil amateur (sin quitar ningún mérito) de algunas publicaciones y esta a priori podría encajar en ese cliché, pero nada más lejos de la realidad. Bocalinda es un novelón y puedo decir sin complejos que está entre los mejores libros que he leído este verano. Me encanta la literatura policiaca de lo cotidiano, y he de decir que la España – la de la transición – que dibuja Villegas a través de los ojos de Carmen (fundamentalmente, aunque también de otros muchos) sirve de escenario perfecto para una historia así, como la Habana de Padura o la Venecia de Donna Leon. Enhorabuena Jesús, has demostrado mucho talento y una capacidad privilegiada para contar historias. Espero que el libro crezca y ponga en el mapa literario a sus insensatos responsables (quién sino unos insensatos se dedican hoy día al oficio de escribir y editar).

Carboneras, Aitana Castaño, Alfonso Zapico

De nuevo Alfonso Zapico confirma su empeño en contarnos la historia reciente de España, desde Asturias, desde sus minas. Ya nos contó la revolución de 1934 en la monumental La balada del Norte (creo que no he leído ni voy a leer nunca una novela gráfica tan buena) y ahora continúa el camino iniciado con Los niños de humo con este Carboneras. Si entonces fueron los hijos del carbón los protagonistas, ahora son las mujeres, esas víctimas cuyas historias casi nunca merecieron un lugar de cabecera en el puzle de la mina, de la guerra y sobre todo del después de la guerra, de la represión canalla que humilló a los vencidos y que a las mujeres, hijas y hermanas de los vencidos humilló doblemente, porque ni siquiera les dio la oportunidad de reivindicarse como víctimas.


La asociación de Aitana Castaño y Alfonso Zapico funciona de maravilla y espero que no se acabe nunca. Y el soporte nunca me pareció más apropiado, tan físico, tan cercano a la tierra de la que habla. Lo que hace Pez de Plata con sus libros merece un premio todos los años, y la mejor forma de que se entienda por qué seguimos prefiriendo el libro físico al digital es coger un libro de esta editorial. Autores, libros y editorial muy necesarios en los tiempos que corren, donde es más importante que nunca esforzarse por convencer de que todo no es igual. 

¡Feliz semana!

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