Sea cual sea nuestro transitar
por la vida, siempre ayuda tener expertos de confianza alrededor. Esto,
especialmente importante si nuestra conducta se mueve en los finos alambres de
la legalidad (os dejo a vosotros que pongáis los ejemplos), también es muy
conveniente en otro orden de cosas: un amigo economista que nos ayude a tomar
decisiones sobre nuestros ahorros, un primo abogado, un cuñado experto en
ordenadores (todo el mundo sabe que los cuñados se inventaron para arreglar
ordenadores, el resto es el precio a pagar), un amigo electricista que te
arregla los enchufes cuando le invitas a comer a casa…
De entre todos, mis favoritos,
mis imprescindibles, son los prescriptores de libros, aquello con los que me
dejo hacer, estoy en sus manos, mi confianza es ciega. No son muchos (son en
realidad muy pocos), pero ahí están, con su brújula y sus libros bajo el brazo
descubriéndote lo que no te puedes perder, lo que de otro modo te hubiera
pasado desapercibido. Ahí están ellos, tan importantes para mi como para otros
pueden ser los que te dicen en qué supermercado está más barata la leche.
Pero aparte de esos amigos (que
escasean), hay que buscar munición fuera. En mi caso están los libreros, esos
ángeles caídos del cielo a los que les pondría un piso al lado de casa si
pudiera. Entrar a Tipos Infames, Letras Corsarias o Machado es como cuando me
siento en el sillón de mi dentista: soy todo suyo. Aunque en el caso de las
librerías soy mucho más feliz.
Hoy traigo dos ejemplos del
tercer tipo de suscriptor, indirecto pero fundamental: el de las editoriales
que conforman un espacio de confianza al lector, un lugar donde el acierto es
seguro. Sabes que publican en cierto modo para ti y su crédito es merecido por
trayectoria, por afinidad lectora contigo o, como sucede con el amor, por algo
que flota en el aire y no se puede explicar.
En mi caso el primer libro es un
ejemplo de flechazo literario al que he sucumbido sin remedio, el de la
editorial Malas Tierras. El segundo, un trocito de la historia de Anagrama,
editorial sin la que es imposible explicar mi pasión de años por los libros.
Pasen y vean:
Nevada, Claire Vaye Watkins
Nos encontramos ante unos de esos libros que marcan una época en la experiencia personal de un lector, en este caso yo mismo. Me enfrento a él con la expectación de venir recomendado por gente en la que confío y por ser la primera incursión en Malas Tierras, editorial cuyas publicaciones venía persiguiendo desde hace meses. En todos los (aún pocos) libros de Malas Tierras parece que hay algo especial, en la elección, en la historia que les ha llevado a publicarlos, en el exquisito cuidado editorial. Y para empezar, Nevada.
Nevada son diez relatos de ruina
y desolación, de soledad y vastos territorios, de recuerdos y de cicatrices, de
diálogos incompletos, de un país en el que nunca parece haberse contado la historia
definitiva, el de unos personajes sin contexto donde la falta de contexto es el
contexto.
No sé destacar ninguno porque Nevada es un todo, pero permitidme hablar
de algunos como Fantasmas, Cowboys, donde
se cuenta la historia (con varios simulacros de inicios fallidos) de unos
padres y un rancho, de un pasado mejor, de unos viejos estudios del oeste. Dejo
al lector el lujo de adentrarse sin red en esta maravilla autobiográfica que
sirve de presentación al resto del libro; o Lo
que menos falta nos hace, donde conocemos una historia a través de un
diálogo epistolar unidireccional, de alguien que quiere saber de otro y que al
final acaba contándonos más de él mismo que de quien pretende saber; o Pasado perfecto, pasado continuo, pasado
simple, donde un turista italiano irrumpe en un rancho (una suerte de
burdel) y nos muestra cómo un solo acontecimiento puede cambiar todo. Quizás en
Ojalá estuvieras aquí veo una de las
obras maestras del libro, donde se deconstruye un matrimonio (y la devastación
asociada) tras la llegada de un hijo. Y en Carabela Portuguesa (el relato más
largo, casi una nouvelle), la historia de un minero retirado que encuentra a
una adolescente cerca de su casa tras la fiesta del 4 de julio, en una historia
sobre lo más profundo, invisible y sórdido del sueño americano.
Nevada supone un hito fundamental
en la historia contemporánea del cuento norteamericano, dadle tiempo, y otorga
– en mi caso personal – crédito absoluto a la editorial para seguir confiando
en ella e incorporarla a mis editoriales de plena confianza. Qué soplo de aire
fresco, cuánta falta nos hacen editores como estos, prescriptores que nos guían
con su brújula como exploradores del desierto. No lo dejéis escapar.
Los papeles de Herralde, Una historia de Anagrama (1968-2000), Jordi
Gracia-Jorge Herralde
En casa hay 125 Anagramas. Con esta foto trato de ilustrar por qué ninguna otra editorial puede contar mejor nuestra historia de amor con los libros. Supongo que mi primer libro “adulto” no fue un Anagrama, pero pudo perfectamente serlo. Lo que sí se es que no entiendo mi vida sin sus Compactos (solo personas sensatas a mi alrededor evitaron que en mi boda regalase un Compacto a cada invitado) y sin Narrativas Hispánicas. He conocido a autores que me han cambiado la vida, me ha alegrado semanas enteras descubrir libros reveladores, me he enfadado por el fichaje de escritores por la competencia, he tenido también mis desengaños (qué sería del amor – también el literario – sin ellos). Sin desmerecer a Panorama de Narrativas (el otro tótem de Anagrama, qué haría yo sin Richard Ford y Auster, entre otros) y de otras colecciones menores (más periféricas), mi universo literario es (fue, es y será) Rafael Chirbes, Vila Matas, David Trueba, Marta Sanz, Sara Mesa, Javier Marías (antes de que se nos rompiera el amor), Roberto Bolaño, Belén Gopegui, Alejandro Zambra. Algunos están, otros se fueron, quién sabe si volverán. Pero todos son Anagrama y todos son parte de lo que puedo contar sobre porqué merece la pena vivir cerca de los libros.
Este libro es, por todo lo anterior, un documento fundamental para acercarse a la historia de la editorial. En lugar de una historia al uso, las cartas de Jorge Herralde, fundador y director editorial durante décadas, son el vehículo que nos acerca al fenómeno Anagrama, historia absoluta de la literatura en España.
El libro nos permite conocer la
propia concepción de la editorial, los esfuerzos iniciales por conseguir los
derechos de libros internacionales, y el nacimiento de las principales
colecciones del sello. El relato se complementa con extensas introducciones a
cada periodo, y en el que se nos sitúa sobre la creciente importancia de la
editorial en el contexto cultural nacional.
Obviando las cartas con contenido
más “burocrático” (las relativas a derechos, sucesos más o menos relevantes o
más o menos anecdóticos) destaco joyas documentales por las que merece la pena
el libro: la sana (no siempre) rivalidad con Carmen Balcells, la leyenda entre
las leyendas de los agentes literarios (su representación abarca a García
Márquez, Cortázar y Vargas Llosa, por nombrar a algunos de los más grandes) en
unas cartas que son auténticas joyas; las misivas enviadas a críticos
literarios, dándoles literariamente un “toque” cuando consideraba injusto el
trato recibido (el enemigo público durante años fue El País, acusado por el
editor de favorecer a Alfaguara en detrimento de Anagrama); o la casi ausente
aquí ya mítica rivalidad con Javier Marías. Apenas unas pocas menciones y solo
una carta con detalles, ya que el escritor ha vetado expresamente el uso de
cartas dirigidas a él sobre este asunto.
Pero sin duda, mis cartas
favoritas son las que dirige a los escritores. Esas que representan las tripas
de la labor del editor, las cercanas, las que cuidan pero también las que rechazan
publicaciones, en las que discuten sobre éxitos (y fracasos) editoriales. Hay
una fascinante a Chirbes, donde rebate al autor su crítica a la mala
distribución de su novela En la lucha
final, impagable discusión entre amigos. O las cartas a Richard Ford o Paul
Auster (Querido Richard, querido Paul..). Es esa parte de la historia de los
libros que no vemos en los libros y que ayudan a entender el proceso en toda su
magnitud.
Solo un pero, por otro lado
difícil de resolver en este género. A veces echo de menos las cartas de
respuesta a las enviadas por Herralde. Aunque es fácil entender las cartas
leídas, y se pueden disfrutar por sí mismas, uno adivina auténticos diamantes
en las cartas no leídas.
Y por cierto, qué experiencia la
de leer un libro de cartas, y un libro tan reciente en el tiempo. Ojalá nos
escribiéramos más así, sosegadamente, dejando constancia de nuestras palabras,
dar la oportunidad a otros de ser leídos. Todo un lujo.
Disfrutad de la semana y elegid bien a vuestros suscriptores. Un abrazo.
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