Hace unos días, un editor amigo
hablaba en una presentación de grandes
editoriales y de pequeñas editoriales,
y él – su editorial – encajaba según su criterio en el segundo grupo. Y uno,
que lleva ya cierto recorrido como lector y como humilde reseñista-prescriptor,
se puso a pensar qué demonios es eso de una pequeña editorial y de una gran
editorial. Y ya puestos, se me ha ocurrido plasmar qué es para mi una gran editorial,
asumiendo que el terreno es delicado, subjetivo y pantanoso, en el orden que ustedes consideren:
Uno. Una editorial grande no tiene por qué ser una gran editorial. Pero
puede serlo. El derecho a ser bueno en lo que uno hace es legítimo independientemente
del tamaño que uno tenga, y por tanto no desaparece cuando se es pequeño y de
repente uno, por méritos propios, crece. Esto sirve para el que edita libros y
para el que recoge setas.
Dos. En España los grandes se comen a los pequeños. El sector editorial
español solo se entiende con las pequeñas y medianas editoriales (hablamos de
tamaño puro y duro, no de calidad), pero hay un fenómeno muy presente en los
últimos años que es imposible ignorar: los dos grandes grupos editoriales que
operan en el país concentran a un porcentaje sonrojante de las editoriales españolas. Detrás de
Planeta están Austral, Destino, Minotauro, Seix Barral o Tusquets mientras que detrás
de Penguin Random House están Alfaguara, Caballo de Troya, Debate, Lumen,
Reservoir Books o Salamandra. Todas fueron independientes antes de ser
absorbidas por alguno de los dos grandes.
Estas editoriales funcionan como grandes
monstruos que compran autores a golpe de talonario, y a veces, sin remilgos, se compran editoriales enteras.
Tres. Mantener la identidad. Y es que todo no se explica solamente
así, si perteneces o no a uno de los grandes. Es evidente que parte de la
vertiente artesanal de la labor editorial se pierde cuando una editorial
independiente se suma a un gigante, pero eso no tiene por qué mermar la
calidad del producto ofrecido. Eso sí, a priori se antoja más difícil mantener la
autenticidad que antes venía de serie.
Cuatro. Cuidar al lector, cuidar al editor. Cada día despierto con
el miedo a encontrarme con que una de las editoriales que me cuida como lector haya
sido engullida por una grande cual gusano de Dune. La amenaza las rodea día y
noche, y no puedo dejar de pensar en ellas como caramelo tentador para las
gigantes. Nuestra única arma como lectores es leerlas, comprar sus libros,
reivindicarlos en nuestras librerías de barrio. Este es mi equipo, y por estas
camisetas soy capaz de pegarme: Impedimenta, Libros del Asteroide, Alpha Decay,
Anagrama, Blackie Books, Cabaret Voltaire, Candaya, Capitán Swing, Contra,
Dépoca, Ediciones Puertollano, Errata Naturae, Fulgencio Pimentel, Astiberri,
Gallonero, Gatopardo, Hoja de Lata, Kalandraka, La Navaja Suiza, Las Afueras, Libros
del KO, Malas Tierras, Nórdica, Sexto Piso, Páginas de Espuma, Pepitas de
Calabaza, Periférica, Pez de Plata, Pre-textos, Rata, Visor, Jekill&Jill.
Cinco. Pero, ¿Qué tienen todas en común? Lo que veo en todas ellas
es compromiso y calidad contrastada. Compromiso en sus proyectos (en sus
libros), implicación (su libro no es un producto, es un hijo), convencimiento
(si lo editan y exponen su capital es porque creen que el proyecto vale la
pena), trabajo incesante (el que edita tiene nombre y cara y hace muchas más
cosas en torno a sus libros que únicamente editar) y sobre todo, coherencia en
sus catálogos. Mis editoriales de
confianza son mis mejores prescriptores.
Seis. ¿Pero solo leo a editoriales independientes? Por supuesto que
no, pero cuando leo a las grandes sigo buscando en ellas a las independientes
que alguna vez fueron. Por eso siguen brillando, porque no se les ha olvidado
parte de su grandeza, la de antes, no la de ahora.
Pasen y lean, que hoy toca hablar
de dos de las nuestras:
Eisejuaz, Sara Gallardo
Atraído por la figura de Sara
Gallardo – autora argentina recientemente reivindicada y rescatada por ciertos
sectores literarios nacionales – y con el aval de Malas Tierras, nuestro gran
descubrimiento editorial de 2021, he leído Eisejuaz,
una de sus novelas de culto, con el temor a la decepción cuando la expectación
generada es tan alta. Y tras su lectura puedo afirmar que se han cubierto las
expectativas. Eisejuaz es una novela
única y tan diferente como sorprendente.
Estamos ante un libro que es en
realidad un viaje personal de autoconocimiento, de un personaje enigmático de
la Argentina profunda, indígena criado en el entorno de los emigrantes
norteamericanos y como tal, sin sitio ni lugar propio.
Es una novela que juega con el
espacio y con el tiempo, sin una cronología lineal, lo que provoca un efecto
casi onírico al leerlo, en lo que parece una sucesión de recuerdos en un
presente que el lector – al menos yo – no sabe situar de forma concreta. Un
mataco (pueblo indígena ya prácticamente desaparecido) que sufre las
consecuencias del insensible vecino del norte que solo ve en el sur una tierra
de oportunidades.
Se trata de un libro que deja más
preguntas sin respuestas que con ellas, y que comparte discursos narrativos y
lenguaje de novelas como Pedro Páramo o Rayuela. Pura novela latinoamericana que
llegó para revolucionarlo todo, y cuyas relecturas admiten sucesivas e
interminables reinterpretaciones.
Enorme comienzo con Sara
Gallardo, a la que habrá que seguir leyendo con Enero, y con Los galgos, los
galgos, aparentemente tan diferentes a esta.
Fuera de órbita, Carlos Sanz
¿Es la poesía una herramienta
necesaria para llegar a lugares a los que otras propuestas literarias no consiguen
acercarnos? Pues no lo tengo claro, pero sí puedo constatar que a través de la
poesía he llegado a esos sitios de una forma descarnada y directa, mientras que
con la narrativa he llegado, pero de una forma más lenta, aparentemente más
costosa.
Por otro lado, cada vez tengo
menos clara esta frontera de la que he partido en la reseña entre poesía y
prosa. A veces confundo ambas y cada vez más frecuentemente me resulta menos
interesante hacer el esfuerzo de diferenciarlas. Creo que hay un espacio común enorme
y fascinante donde ambas disciplinas se confunden y se superponen. Ahí, en ese
tipo de lugares sin frontera definida es donde sitúo este poemario, Fuera de Órbita, de mi paisano Carlos
Sanz, todo un hallazgo del que, una vez que se entra, cuesta salir indemne.
Los poemas de Carlos Sanz
destilan desencanto, una cierta mirada escéptica a la realidad, desde vivencias
personales (presuntamente reales, solo entiendo la poesía desde la experiencia
real), desde lo que nos han contado que iba a ser y luego descubrimos que no
era así, que o bien nos engañaron o bien ellos mismos – los que nos lo contaban
– estaban igual de engañados que nosotros. Como decía antes, el discurso de
Sanz lo he encontrado tanto en poesía como en prosa, pero en autores y en obras
donde la frontera referida confunde géneros y comparte destinos anímicos y
vitales. Y Sanz nos recuerda a Carver (al de sus relatos, al de Catedral, al de ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?), a Ian McEwan (al de
Chesil Beach), a Ford, a Roth, a Lucía Berlín, a Chirbes… a tantos y tantos que son prosa y mi mente
los recuerda en forma de poesía, y que comparten espacios con otras disciplinas
como la música (leyendo a Sanz me parece escuchar a Nacho Vegas, a Steve Van
Zandt, a Johny Cash).
Enhorabuena Carlos, has creado una obra sincera y rotunda, con voz propia y que crece con segundas lecturas. Te seguiremos de cerca.
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