Valoro mucho llamar a las personas por su nombre, recordar cómo se llama mi cartero, mi quiosquero, el vigilante de seguridad de mi trabajo, mi vecina del tercero. Me gusta, en definitiva, la piel de lo cercano y tratarnos como parte de una comunidad. Que la vida no parezca la película de un solo protagonista llena de figurantes, sino una representación coral donde todos formamos parte de la historia de todos.
Pues bien, yo no lo cumplo, a
pesar de mis esforzados intentos. Es decir, lo cumplo pero mal, y llamo a la
gente por nombres que no son los suyos, no de manera consciente, no penséis que
soy un perturbado, sino por despistado.
La semana pasada misma convertí a
un Rubén en un Alejandro (¿o era al revés?), y no dudó en corregirme. La
desolación en la que te deja alguien que te corrige un error así es total. Veo
ahí mucha insensibilidad, muchas ganas de hundir en la miseria al que comete el
error. Rubén (o Alejandro), si supieras lo mal que me quedé el resto del día…
En el otro extremo está el
vigilante de seguridad de mi trabajo, Paulino durante meses (cuántos “buenos
días Paulino” habré pronunciado a lo largo de cientos de mañanas). Pues bien,
Paulino estuvo una semana de vacaciones, y su sustituto me sacó del error.
Cuando le pregunté que cuándo venía Paulino, me dijo que qué Paulino, que igual
me refería a M. (no digo su nombre real, que puede que hasta lo lea y este tipo
va armado). Esto me hizo pensar en que la actitud de M., contestando día a día
a mis “buenos días Paulino” con una sonrisa en la cara, es propia de los
héroes, de esos que entran en un edificio en llamas y salvan a tres bebes y a
doce gatos, sin preguntarle a nadie el nombre. Paulino, siempre formarás parte
de mi equipo.
Hoy os traigo dos lecturas como
Paulinos, de las que merecen la pena, porque ya que la vida nos tiene tan
ocupados, hay que centrarse en las cosas importantes, en los buenos libros, en
las buenas compañías, en gente que sabe diferenciar que lo importante no es
cómo te llame la gente, sino que la gente sepa que eres buena gente, tengas el
nombre que tengas.
Primera persona del
singular, Haruki Murakami
Murakami es el eterno candidato a
recibir el Nobel de Literatura año tras año, tanto que con su candidatura se
hacen bromas (ahora memes) y se le atribuye la etiqueta de eterno perdedor.
Como si el Nobel fuera la carrera popular de tu pueblo y el escritor japonés
fuera el atleta que siempre queda segundo. A ver, dejadme que me moje: Murakami
no va a ganar nunca el Nobel, como no lo va a ganar Paul Auster o Richard Ford,
porque si tenemos que ubicarle en un grupo será en de estos últimos, no en el
de los candidatos. El Nobel está a otras cosas, ni mejores ni peores: a otras.
Dicho esto, reconozco mi
debilidad por el autor de Tokio Blues, y admiro su capacidad (¿talento?) para crear
espacios intimistas en los que el lector se siente cómodo, recogido, de los que
es difícil salir. Y tengo que confesar que una parte importante de
responsabilidad de que me apasione la literatura es haber descubierto de adolescente
novelas como Tokio Blues, Kafka en la
orilla o Sputnik mi amor. Esos
libros hicieron fueron la revelación para confirmar que los libros iban a ser
uno de los refugios importantes de mi vida. Y eso es algo que siempre
agradeceré a Murakami.
Luego han pasado otras cosas,
otros libros, otros Murakamis que me han gustado menos, novelas con rumbos
menos claros, algún que otro desencanto. Eso sí, los menos.
Esta última novela, Primera persona del singular es muy
especial, porque recupera al Murakami autor de relatos, uno de sus fuertes y
una de las mejores formas de introducirse en su obra. Además, es tan
reconocible en esta obra el Murakami del que os hablaba de mi juventud, que
sospecho que estos relatos están escritos hace años y no ahora. Lo confirmaré,
aunque me tiro a la piscina suponiéndolo.
La obra de Murakami gira en torno
a la soledad (sus personajes, sus historias, sus atmósferas, nos envuelven de
soledad aunque los personajes no se encuentren solos), a su pasión por la
música (el jazz, la música clásica, los Beatles, a la confusión de lo real con
lo soñado (o lo imaginado, o lo vivido de forma distorsionada), a la memoria
traicionera. Como indica el propio título del libro (y el nombre del último
relato) son relatos en primera persona, donde en muchos casos el protagonista
es el propio escritor, aunque los que brillan sobre el resto son probablemente
los menos (al menos de forma evidente) autobiográficos.
Dentro de los ocho relatos hay,
bajo mi punto de vista, tres joyas que hacen imprescindible el libro: Charlie Parker Plays Bossa Nova (una
historia sobre la falsa reseña de un disco inexistente), With the Beatles (el recuerdo de una chica de juventud como catalizador
para contarse a sí mismo el sentido de la pasión y de la vida) y Carnaval (la relación del narrador con
una mujer sin belleza y la composición de Schumman que los une y que da título
al relato).
Lees a Murakami, y si lo leéis
este puede ser perfectamente un comienzo.
Contemplaciones, Zadie Smith
Como si de un cuaderno Anagrama
se tratara (apenas 100 páginas, pequeño formato, tratado de urgencia sobre una
cuestión vitalmente relevante) he leído una de las maravillas discretamente
oculta entre todas las mediáticas novedades de este año. La autora británica nos
regala sus reflexiones sobre el confinamiento, o sobre otras cosas a través del
confinamiento, como la soledad y su gestión durante la pandemia, los
privilegios en los que vivimos en sociedad – los que los disfrutamos, los que
carecen de ellos - y de cómo una
situación que parece afectarnos a todos por igual realmente no es así, sobre
cuestiones raciales y sobre Estados Unidos y George Floyd, el Black Lives
Matter y la cuestión de género, en la que Smith demuestra un talento pedagógico
digno de un genio.
Aunque ya habíamos reseñado Tiempos de Swing, nuestro acercamiento a
sus ensayos había sido mucho más revelador y nos había confirmado que a Zadie
Smith hay que leerla y disfrutarla, porque es de esas autoras que nos enseñan a
mirar mejor el mundo, a entenderlo mejor y solo de esa manera saber cómo puede
ser transformado.
Contemplaciones es un regalo de final de año que explica mejor lo
vivido y sentido durante nuestros respectivos confinamientos que muchos ensayos
precisos y detallados sobre cronologías y datos científicos. Porque el
confinamiento estuvo llevo de intangibles que necesitan ser contados.
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