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Relecturas (VI): Releyendo a Gabriel García Márquez. Los funerales de la Mamá Grande

Nuestro repaso por la obra de Gabriel García Marquez nos lleva esta vez a Los funerales de la Mamá Grande, uno de sus primeros libros de cuentos, y la segunda obra tras La Hojarasca, en la que nos encontramos con Macondo, ese lugar a medio camino entre lo real y lo imaginado que para la historia de la literatura representa uno de los universos literarios geográficos imprescindibles. 
 
 

Cinco años después, el autor publica Cien años de soledad, con Macondo como escenario de, con permiso de nuestro querido Quijote, la historia escrita en español más grande jamás contada.

En los ocho cuentos que conforman Los funerales de la Mamá Grande pueden verse los cimientos del Macondo que más tarde conocemos por Cien años.. Más que los personajes (los Buendía son mencionados en varios relatos) lo que reconocemos de Macondo es (no se si sabré explicarlo) esa extraña lógica que rige los destinos de sus habitantes, es esa extraña sensación, entre lo apacible y a la vez opresivo, de que en Macondo habita el mundo entero. 

Eso que logra García Márquez es lo que hace que su obra habite en los altares de la literatura: hacer de Macondo un lugar reconocible sea cual sea la procedencia del lector. Porque en Macondo habita lo más profundo del ser humano, lo que nos hace iguales y diferentes al mismo tiempo: la tiranía del cacique, la bondad de la gente buena y la maldad de la gente mala, la paciencia del perseverante, la resignación del humilde, la esperanza de lo que está por venir, y sobretodo, la confirmación de que lo que pasará ya ha pasado y, bueno o malo, estamos condenados a volver a vivir.

La verdad es que siempre me ha costado encontrar el tan renombrado "realismo mágico" en las novelas de Gabriel García Márquez, porque lo que encuentro en sus obras es realismo, desnudo y atemporal, pero realismo sin más.

Aunque los ocho relatos son perfectos, me quedo con el último, que da título al libro, en el que se nos cuenta el majestuoso funeral de la Mamá Grande, dueña y señora de todo lo tangible e intangible de Macondo. En las páginas de este cuento reside toda la literatura del genio, la que aún esperaba a ser escrita. Rescato el fragmento en el que la Mamá Grande, en las puertas de la muerte, reparte sus bienes no materiales:

"Sólo faltaba, entonces, la enumeración minuciosa de los bienes morales. Haciendo un esfuerzo supremo —el mismo que hicieron sus antepasados antes de morir para asegurar el predominio de su especie—la Mamá Grande se irguió sobre sus nalgas monumentales, y con voz dominante y sincera, abandonada a su memoria, dictó al notario la lista de su patrimonio invisible: La riqueza del subsuelo, las aguas territoriales, los colores de la bandera, la soberanía nacional, los partidos tradicionales, los derechos del hombre, las libertades ciudadanas, el primer magistrado, la segunda instancia, el tercer debate, las cartas de recomendación, las constancias históricas, las elecciones libres, las reinas de la belleza, los discursos trascendentales, las grandiosas manifestaciones, las distinguidas señoritas, los correctos caballeros, los pundonorosos militares, su señoría ilustrísima, la corte suprema de justicia, los artículos de prohibida importación, las damas liberales, el problema de la carne, la pureza del lenguaje, los ejemplos para el mundo, el orden jurídico, la prensa libre pero responsable, la Atenas sudamericana, la opinión pública, las lecciones democráticas, la moral cristiana, la escasez de divisas, el derecho de asilo, el peligro comunista, la nave del estado, la carestía de la vida, las tradiciones republicanas, las clases desfavorecidas, los
mensajes de adhesión. No alcanzó a terminar. La laboriosa enumeración tronchó su último viaje. Ahogándose en el maremágnum de fórmulas abstractas que durante dos siglos constituyeron la justificación moral del poderío de la familia, la Mamá Grande emitió un sonoro eructo, y expiró."

Adentrarse en estos maravillosos ocho cuentos es una forma perfecta de recorrer de nuevo los paisajes de Macondo, y de, utilizando estos libros a modo de prólogo, plantearse de nuevo la lectura de Cien años de soledad. Yo ya he decidido repetir la experiencia, y la compartiré aquí con vosotros.

Porque si aún no la has leído, te invito a que lo hagas con la seguridad del que haciéndolo serás más feliz.

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