No tengo nada claro cómo definir la buena literatura. Ya lo he dicho. A ver, creo saber identificarla, lo que no tengo claro es cómo explicarlo, qué atributos hay detrás de esta forma de clasificar una obra.
Voy a contar qué es para mi un buen libro, y cómo diferencio al bueno del malo, que es algo parecido a elegir amigos: hay que elegir a los buenos con tu mejor criterio.
Uno. Un buen libro para mí no tiene por qué serlo para ti. No trataré nunca de convencerte (tampoco lo hagas tú conmigo).
Dos. Un buen libro te hace más libre. Abre espacios, me saca de mis zonas de confort, me enseña formas distintas de vivir, de pensar, de discrepar.
Tres. Un buen libro se aleja de la acción y de la ostentación descriptiva (menos adjetivos) y despliega más lo narrado con sustantivos y con silencios: lo no narrado es un recurso que suele destilar buena literatura.
Cuatro. Un buen libro no me trata como a un idiota. No me lo explica todo, me obliga a razonar, me exige esfuerzo, me lleva a releer lo ya leído, me hace detenerme para coger aliento.
Cinco. La buena literatura es literatura de compromiso. Entiendo el arte como un vehículo de reflexión, de sensibilización de la realidad que nos rodea; ya sea ficción, ensayo, poesía o teatro, sin compromiso la literatura es vacía, inocua.
Seis. La buena literatura tiene música, cadencia narrativa, lírica aunque no sea poesía. Que haya belleza en la obra leída, este es quizás el quid de la cuestión, y lo más difícil de explicar.
Y Siete. Atención, anuncio riesgo de que amigos muy valorados dejen de hablarme. No eres buena literatura (o simplemente no me interesas) si eres Matilde Asensi, Julia Navarro, Ruiz Zafón, un poco Aramburu, un mucho Pérez Reverte, Javier Marías de los últimos 20 años, Dan Brown, Ken Follet, María Dueñas… Todos iguales, podrían ser el mismo escritor. Y si te han dado el Planeta, también eres sospechoso de haber escrito una mediocridad.
Y como con ejemplos es como creo que es mejor explicarse, aquí dejo mis dos ejemplos de buena literatura de la (mi) semana:
Existiríamos al mar, Belén Gopegui
Nuevo libro de Belén Gopegui, a
la que vi hace una semana en Madrid después de un concierto (libro en mano,
recién regalado) y no me atreví a acercarme. Un nuevo libro con el compromiso de
fondo, o más bien de frente, como toda la literatura de Gopegui, mirando a la
cara a lo que nos pasa, al mundo que se mueve (a veces con nosotros, a veces
sin nosotros). Y todo con la prosa que a veces parece poesía y en la que Belén
Gopegui es única, y con ficción que a veces parece no ficción y que golpea
donde más nos duele, o donde al menos más expuestos nos podemos sentir.
La historia que gira en torno a
un piso compartido de Madrid y a la desaparición de uno de los habitantes del
piso desbloquea al lector puertas que casi nadie abre para nosotros: la
diversificación de los modelos familiares, el abismo de estar fuera del sistema
(no haber salido y anhelar entrar de nuevo, sino sentirse fuera como estado
permanente), la lucha de clases (y sus contradicciones) y cómo ejercer el
activismo y no sentir que uno traiciona y concede (o se traiciona y se
concede).
Belén Gopegui es única y cada
libro suyo suma como un artefacto más que como una obra puramente literaria,
que también lo es. Ahora, si cabe, más necesaria que nunca.
Bajo la superficie, Daisy Johnson
Cada vez, y usurpando el nombre
de la propia editorial, tiene menos sentido hablar de literatura periférica,
sobre todo cuando en casos como el que nos ocupa se trata justo de lo
contrario. Contar la transexualidad no desde lo singular, sino como parte de un
todo, como incluso una pieza más (no necesariamente esencial) de una obra
perteneciente a la literatura de género (no es exactamente el caso, pero podría
serlo) es lo preciso, lo adecuado, lo que toca.
El librazo con el que hemos
disfrutado estos últimos días cuenta la historia de una niña con una infancia
desarraigada y que ya, como adulta, nos relata su infancia, la relación con su
madre, Sarah, que desaparece siendo ella todavía niña y con la que se
reencuentra años después en el presente de la novela, convertida en una anciana
con Alzheimer a la que tiene que cuidar e integrar en su vida. Como epicentro
de la historia, un personaje que explica parte del pasado entre ellas, Marcus
(Margot), con el que viven su proceso de transformación de identidad y que
representa un espejo de búsqueda en el que ambas protagonistas pueden verse
reflejadas.
La narración es sucia,
imperfecta, discontinua, elíptica… o lo que es lo mismo, hipnotizante y
absorbente. De cómo nos convertimos en lo que somos y de cómo nunca dejamos de
ser lo que fuimos. Uno de los grandes hallazgos de los últimos meses, habrá que
andar atentos a los pasos de esta autora.
Feliz semana.
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